CIEN VIDAS PRESTADAS (Spanish Edition) by Rafael Salcedo Ramírez

CIEN VIDAS PRESTADAS (Spanish Edition) by Rafael Salcedo Ramírez

autor:Rafael Salcedo Ramírez
La lengua: spa
Format: mobi
publicado: 2013-10-24T21:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

Era una ausencia profunda e inquietante, tanto silenciosa como seductora. Pero no debía sucumbir ante su encanto, ante sus persuasivas artes que me envolvían en un carrusel de placeres que, por un momento, los percibí como mundanos y no celestiales. Me resistí y decidí que no era el momento de dejarme llevar por aquel lugar mágico y misterioso a la vez. Era mejor encontrar la salida hacia mi cuerpo que, malherido, aguardaba en algún lugar que desconocía y que encontré cuando, un terrible dolor punzante, me hizo despertar en medio de una enorme sala repleta de camas donde sanaban con el descanso las heridas de cientos de camaradas.

Aquel dolor que me atenazaba procedía de aquella herida, ahora en vías de sanación, que hacía inútil cualquier movimiento de la parte izquierda de mi cuerpo. Una monja, a la sazón enfermera de aquella planta, oronda y de semblante plácido y risueño, pasó delante de mi cama y advirtió que había despertado. Se acercó y tras observar mi expresión me habló en francés, del que nada pude entender. Se marchó y al cabo de unos minutos llegó un médico militar compatriota que me dio la enhorabuena, por la suerte que había tenido al haber sido sacado de aquel infierno a tiempo para frenar la fuerte hemorragia que la bala germana me había provocado.

Igualmente me confió que una semana más bastaría para iniciar la rehabilitación del brazo y pronto estaría repuesto para reintegrarme al frente. Esto hizo que la expresión de mi rostro cambiara como de la noche al día y aquel médico se dio cuenta cuando dio media vuelta y se marchó sin añadir más nada. De manera que unas pocas semanas y listo de nuevo para servir de blanco a los alemanes que me estarían esperando, pero esta vez afinando la puntería.

De esta forma y sabiendo que cada día que pasaba mi cuerpo sanaba y a la vez mi vida se acortaba, transcurrieron dos semanas en las que ya podía ejercitar mi brazo. Apareció una mañana aquel médico de semblante serio y me dijo que al día siguiente me daría el alta. También me dio una buena noticia y es que disfrutaría de tres días de permiso antes de incorporarme de nuevo al frente. Algo es algo, pensé al momento, y decidí disfrutar al menos aquellas pocas horas y olvidarme de mi destino incierto.

Llegó por fin el día de alta y, aún con un dolor latente en el brazo, me vestí con el uniforme y puse mis pasos en dirección a la salida de aquella fábrica del dolor en la que dejaba atrás a compañeros literalmente despedazados, esperando volver a la patria para afrontar una larga vida sin manos o sin piernas. Era algo terrible que me obsesionaba y rezaba a la vez para que, si me alcanzara la metralla enemiga, lo hiciera de lleno y no me permitiera acabar como aquéllos que lucían amputaciones que les condenarían a un infierno en vida.

Antes de salir de aquellas salas llenas de tristeza,



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